Cuatro by Veronica Roth

Cuatro by Veronica Roth

autor:Veronica Roth [Roth, Veronica]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Relato, Ciencia ficción, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2014-07-08T04:00:00+00:00


El día que más odiabas

a la hora en que ella murió

en el lugar en que te subiste por primera vez.

Al principio, las palabras me parecen un sinsentido y las tomo por una broma, algo que me han dejado en casa para ponerme nervioso; y funciona, porque me tiemblan las rodillas. Me dejo caer en una de las desvencijadas sillas sin apartar la vista del papel. Lo leo una y otra vez, y el mensaje empieza a tomar forma en mi cabeza.

«En el lugar en que te subiste por primera vez». Eso debe de ser el andén al que subí después de unirme a Osadía.

«A la hora en que ella murió». Ese «ella» solo puede referirse a una persona: mi madre. Mi madre murió en plena noche, de modo que, cuando desperté, su cadáver ya no estaba; mi padre y sus amigos abnegados lo hicieron desaparecer. Según me dijo, calcularon que había muerto sobre las dos de la madrugada.

«El día que más odiabas». Esta es la más difícil… ¿Se refiere a un día del año, a un cumpleaños o a una fiesta? No se me ocurre ninguna respuesta y no entiendo por qué iba alguien a dejar una nota con tanta antelación. Debe de referirse a un día de la semana, pero ¿qué día de la semana odiaba más? Eso es fácil: el día de las reuniones del consejo, porque mi padre estaba fuera hasta tarde y regresaba a casa de mal humor. Los miércoles.

Miércoles, a las dos de la madrugada, en el andén cerca del Centro. Esta noche. Y solo hay una persona en el mundo que sepa toda esa información: Marcus.

Tengo el trozo de papel apretado dentro del puño, pero no lo siento. Desde que pensé en su nombre por primera vez me cosquillean las manos y se me han quedado prácticamente dormidas.

Dejo abierta de par en par la puerta del piso y salgo sin atarme los cordones de los zapatos. Recorro las paredes del Pozo sin fijarme en la altura y corro escaleras arriba hacia la Espira sin tan siquiera sentir la tentación de mirar abajo. Hace unos días, Zeke mencionó de pasada la ubicación de la sala de control. Solo espero que él siga allí, porque necesito su ayuda para acceder a las grabaciones del pasillo de mi piso. Sé dónde está la cámara: oculta en una esquina en la que creen que nadie reparará en ella. Bueno, pues yo lo hice.

Mi madre solía fijarse en esas cosas también. Cuando paseábamos por el sector abnegado los dos solos, ella señalaba las cámaras ocultas en burbujas de cristal oscuro o pegadas a los bordes de los edificios. Nunca comentaba nada al respecto ni parecía preocupada por ellas, pero siempre sabía dónde estaban y, cuando pasaba junto a ellas, procuraba mirarlas directamente, como si dijera: «Yo también os veo». Así que crecí buscando, examinando y observando los detalles de lo que me rodeaba.

Subo en el ascensor hasta la cuarta planta. Después sigo los carteles que llevan a la sala de control.



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